Esa bici y yo hemos hecho muchos kilómetros. Tendría trece o catorce años cuando me la compraron. Esos años fue mi compañera inseparable de aventuras veraniegas, con mis amigos. No sabíamos lo que era andar; a todas partes íbamos en bicicleta, y no parábamos en todo el día, en esos agostos de vacaciones, cuando en el pueblo había mucha más infancia que ahora. Paseos, carreras, contrarrelojs… hasta trial he hecho con esa bici. Y qué velocidad alcanzaba por las carreteras de la comarca, pedaleando a toda velocidad en las bajadas… Para haberme matado.
Llegó un momento en que esos veranos se acabaron. Los amigos de la infancia ya no volvieron por el pueblo y yo seguí con mi bicicleta, ahora con mi perro, que iba conmigo en esas caminatas veraniegas hasta Villavicencio, a unos 10 kilómetros. Qué contento salía de casa el animal. Corría de allá para acá mientras yo sudaba para remontar las pendientes. Eso si: a la vuelta volvía a mi lado, con la lengua fuera, intentando no quedarse atrás, y cuando llegaba a casa vaciaba el cubo de agua, bebiendo de esa manera en que beben los perros, chasqueando la lengua, que parece que no les cunde.
Ángel Mª González Alfonso
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Qué relato tan tierno y tan intenso. En pocas palabras te recuerda su infancia y adolescencia. Sus vacaciones en el pueblo. Las mejores vivencias de esa adolescencia pasaban en los pueblos. La bici era el vehículo indispensable para las escapadas…. ¡Qué buenísimos momentos!!!. ¡Cómo se pasa lavida!! Menos mal que al final recordamos los mejores momentos.
Muchas gracias por tu comentario, Mariví. Qué buenísimos momentos me dio esa bici, y qué sensación de libertad, que ahora se echa de menos. Un abrazo.